Nuestro Apóstol supo, como muy pocas figuras literarias del rico acervo lírico cubano, compenetrar magistralmente en este Verso sencillo, su pasión revolucionaria y su espiritu poético, que fueron dos aristas indisolubles de su pensamiento que estuvieron presentes en su vida y obra hasta su carta testamento literario inconclusa a Manuel Mercado y a su caída en combate en Dos Ríos.
XLVI.
Vierte, corazón, tu penaDonde no se llegue a ver,Por soberbia, y por no serMotivo de pena ajena.
Yo te quiero, verso amigo,Porque cuando siento el pechoYa muy cargado y deshecho,Parto la carga contigo.
Tú me sufres, tú aposentasEn tu regazo amoroso,Todo mi amor doloroso,Todas mis ansias y afrentas.
Tú, porque yo pueda en calmaAmar y hacer bien, consientesEn enturbiar tus corrientesCon cuanto me agobia el alma.
Tú, porque yo cruce fieroLa tierra, y sin odio, y puro,Te arrastras, pálido y duro,Mi amoroso compañero.
Mi vida así se encaminaAl cielo limpia y serena,Y tú me cargas mi penaCon tu paciencia divina.
Y porque mi cruel costumbreDe echarme en ti te desvíaDe tu dichosa armoníaY natural mansedumbre;
Porque mis penas arrojoSobre tu seno, y lo azotan,Y tu corriente alborotan,Y acá lívido, allá rojo,
Blanco allá como la muerte,Ora arremetes y ruges,Ora con el peso crujesDe un dolor más que tú fuerte,
¿Habré, como me aconsejaUn corazón mal nacido,De dejar en el olvidoA aquel que nunca me deja?
¡Verso, nos hablan de un DiosAdonde van los difuntos:Verso, o nos condenan juntos,O nos salvamos los dos!
José Martí